Ahora que llegan las elecciones se acuerdan de que son antietarras
Martes 8 de septiembre de 2020. Cinco y media de la tarde. Plaza de la Marina Española. Palacio del Senado. Salón de Plenos del pegote adherido al herreriano edificio diseñado por Montalbán. Toma la palabra Pedro Sánchez. Una de las primeras cosas que hace es recoger, con indisimulado cariño, el guante que le ha lanzado el senador de Bildu Gorka Elejabarrieta, que le ha preguntado por el suicidio de un recluso etarra condenado a 20 años por colaboración con banda armada, depósito de armas y falsificación de documentos:
—Lamento profundamente la muerte de Igor González Sola, lo lamento—, contesta el presidente del Gobierno con un semblante cercano al que exhibiría por la muerte de un familiar.
Fue uno de los episodios más abyectos de un Pedro Sánchez que ha hecho de la abyección una forma de vida. Un presidente sensible con las víctimas de ETA, constitucionalista, buena gente, hubiera recordado el dolor que malnacidos como González Sola y compañía sembraron y ni se le hubiera ocurrido expresar sus condolencias. No digo yo que le hubiera espetado el «¡que Satanás lo tenga en su gloria!» que se merecía o que el mundo es mejor sin gentuza así pero, desde luego, ni a Suárez, ni a Calvo-Sotelo, ni a González, ni a Aznar, ni a Rajoy e incluso ni a Zapatero se les hubiera siquiera pasado por la cabeza llegar tan lejos.
Tan vil como ese aparte que hizo el 1 de junio de 2018 en la Cámara Baja para agradecer a la capo de Bildu de la época, Marian Beitialarrangoitia, el «sí» etarra a la moción de censura que le permitió atrapar con dudosas artes una Presidencia del Gobierno que ni en el mejor de sus sueños había imaginado. Más que nada, porque había obtenido 85 escaños en las generales de junio de 2016 frente a los 137 que se anotó Rajoy, 52 menos exactamente. Como el «gracias» que me cuentan dedicó en privado al jefe de ETA, Arnaldo Otegi, por esa abstención bilduetarra que le permitió sacar adelante la investidura en 2020, repetir como presidente del Gobierno y evitar tener que tripitir las elecciones tras las de abril y noviembre de 2019. Sin el concurso pasivo de los 5 diputados de Bildu no hubiera podido seguir montado en el Falcon.
En marzo se trasladó al País Vasco al último etarra que cumplía condena lejos de su tierra. Un día negro para la memoria democrática de verdad
Bildu es junto a Más País y Compromís el más sólido y estable sostén parlamentario del Gobierno socialcomunista. Los etarras han respaldado no sólo la llegada de Sánchez al poder, y por omisión su investidura hace tres años, sino la Ley de Memoria Democrática, el decreto anticrisis de 2022, la Ley provioladores del sólo sí es sí, la Trans, la de Vivienda, todos los Presupuestos de esta etapa exceptuando el de 2020 que fue una prórroga del de 2019 y se han abstenido en la Ley Celaá. De las grandes normas sólo dijeron «no» a la reforma laboral.
Con todo, lo peor ha sido poner fin a esa maravillosa política de dispersión de los presos etarras implementada por el Gobierno de su correligionario Felipe González para minar la moral de una banda que, no lo olvidemos, ha asesinado a 856 españoles, ha herido, mutilado o calcinado a miles, ha dejado en su camino un insoportable reguero de huérfanos, viudos y viudas, ha extorsionado a decenas de miles y ha provocado el éxodo de 250.000 vascos y navarros. El pasado 23 de marzo se trasladó al País Vasco al último recluso que cumplía condena lejos de su tierra. Un día negro para la memoria democrática de verdad, amén de la humillación definitiva a las víctimas, todo ello con el copyright de Pedro Sánchez.
La mayor vesania del presidente del Gobierno es el acercamiento al País Vasco de los pistoleros más sanguinarios. Txapote, el asesino a cañón tocante de Miguel Ángel Blanco tras 72 horas de tortura, Gregorio Ordóñez y Fernando Múgica, entre otros, y Henri Parot, al que se atribuyen ¡¡¡82 asesinatos!!!, fueron agraciados por la bula sanchista el pasado verano. Intuyo la cara que se le quedó al ejemplar Rubén Múgica al contemplar que el partido en el que militaron su padre y su tío Enrique hacía un regalo anticipado de Navidad a ese grandísimo hijo de perra que es Txapote.
Por tanto, sostener como hago yo que Pedro Sánchez es un filoetarra no constituye una hipérbole, menos aún una calumnia, entre otras cosas porque el prefijo «filo» se emplea para definir a quien «es amigo o amante de algo o alguien [RAE]». Es una mera y no menos fidedigna descripción de la realidad. Tan cierta como el silencio de los corderos que ha imperado e impera en el PSOE excepción hecha de Alfonso Guerra, el siempre decente Juan Carlos Rodríguez Ibarra y antaño Felipe González —ya, no—.
La inclusión de 44 etarras, siete de ellos condenados por asesinato, en las listas de Bildu demuestra lo malvados que son los socios del PSOE
De los actuales barones sólo Emiliano García-Page ha puesto de tanto en cuando el grito en el cielo por el pacto con ETA, aunque con menos constancia de la que nos gustaría a los demócratas. El presidente aragonés, Javier Lambán, apenas ha dicho esta boca es mía, la balear Armengol nunca ha criticado el lenocinio Sánchez-Otegi porque le parece maravilloso, el asturiano Barbón ha callado miserablemente estos cinco años de sanchismo, el valenciano Ximo Puig ha optado por el silencio administrativo, Ángel Víctor Torres parece sueco y no canario y el extremeño Guillermo Fernández Vara vive inmerso en una indigna sumisión al caudillo que se ha llevado por delante su aura de verso suelto y su dignidad.
Ahora que llegan las elecciones, cuando quedan 14 días para su reelección o defenestración, se acuerdan de lo infame que es la formación aliada del Partido Socialista. Todo ello a cuenta de la inclusión de 44 etarras, siete de ellos condenados por asesinato, en las candidaturas municipales de Bildu. La enésima demostración de lo malvados que son los socios del Partido Socialista. Una formación que se arrepiente de sus crímenes no mete en sus papeletas el nombre de los criminales, esto es algo de primero de Perogrullismo.
Votar a este PSOE es blanquear a los terroristas y apalear a las víctimas. Mientras Sánchez permanezca ahí sólo merecen nuestro desprecio
De una semana a esta parte, encuestas en contra mediante, todos son antietarras declarados. Desde Page y Vara, a cuyo rescate han acudido prestos dos diarios teóricamente de centroderecha, hasta Ximo Puig, pasando por Lambán o ese Adrián Barbón al que ahora le «repugna» y «asquea» ver a terroristas en las listas del partido de Otegi. Cuando es algo, por cierto, que Bildu y sus antecedentes (Batasuna, Euskal Herritarrok y Herri Batasuna) han practicado toda la vida de Dios. A buenas horas, mangas verdes.
Los arrepentimientos tardíos son propios de esos fariseos que se percatan de que acabarán ardiendo en el infierno, electoral en este caso. Si quieren ser creíbles lo tienen sencillito: que pongan a parir al autócrata, que afirmen sin tapujos que es un miserable y que exijan su dimisión por ir de la mano de Arnaldo Otegi desde hace un lustro. Y, de paso, que aprendan de Feijóo, que no tardó ni 24 horas en cortar la cabeza del ex portavoz de Bildu que algún Abundio había colado como candidato del PP en un pueblito de Vizcaya. Lo apunté en 2018 y lo repito hoy: el pecado original del sanchismo, su entente con Bildu, es decir, con ETA, esto es, con los asesinos de 856 compatriotas, les hace indignos de nuestro apoyo. Votar a este PSOE es blanquear a los terroristas y apalear a las víctimas. Mientras Sánchez permanezca ahí sólo merecen nuestro desprecio.